domingo, 3 de agosto de 2014

REFLEXIONES DE BRAD SUNDBERG SOBRE NEVERLAND

Por: ♥Anaitat♥

El ex ingeniero de Michael esta semana se ha referido en numerosas ocasiones sobre su visita al mágico rancho de Michael.

Sería difícil calcular cuantas veces he estado en el rancho. Es lo que mis chicas llamaban: “Papi va al rancho de Michael mañana, así que llegará tarde a casa”. Durante quince años he conducido periódicamente por esos sinuosos caminos desde mi casa, a pocas millas de Rose Bowl, a través de la 118 hasta la 101 por Santa Bárbara y después hacia Los Olivos. Eran casi dos horas y media si el tráfico era favorable.

Lo más divertido de conducir hasta el rancho es que nunca me cansaba de hacerlo. Siempre había un poco de entusiasmo en mi mente, como cuando era joven e iba al parque de atracciones o a la playa. Sí, era trabajo, pero era mucho más que sólo trabajo. Estábamos construyendo un lugar que era mágico y que hizo feliz a la gente.

Recuerdo mi primera vez en el rancho, hacia 1988. Michael lo había comprado y llevó al estudio un libro sobre propiedades inmobiliarias en el que aparecía para enseñarnos fotos del mismo (su nombre anterior era Rancho del Valle del Sicomoro). Discretamente me llevó aparte y me preguntó si le podría instalar algunos monitores de estudio en su dormitorio, y lo siguiente que recuerdo es que estaba conduciendo hasta Neverland por primera vez.

Cuando llegabas a Neverland, lo primero que veías era la puerta de seguridad y el timbre. Aunque había conducido a través de esas puertas innumerables veces y los guardias me conocían a mí y a mi Chevy Tahoe, nunca tuve la libertad de entrar en la propiedad si mi nombre no estaba en la lista de admisión. Cuando encontraban tu nombre, la puerta gigante de madera se abría y conducías hasta la caseta del guarda, justo al otro lado.

El guarda siempre era profesional y amable, pero nunca amistoso. Me preguntaba siempre las mismas preguntas en casi cada visita, y me pedía firmar.

“¿Lleva cámara?”
“No”.
“¿Sabe a dónde va?”
“Sí”.
Aclarado todo eso, te permitían seguir adelante”.

El camino desde la primera puerta hasta la segunda era quizás la milla mejor recorrida. No había prados ni flores y las colinas estaban normalmente secas y polvorientas, con espesos matorrales y lagartijas. Jamás pensarías que era el camino que conducía a una celebridad mundial.

Poco tiempo después veías la señal del “Niño en la Luna”, el logo de bienvenida a los invitados, a un lado de la carretera. Finalmente, pasabas la última colina y empezabas a doblar la esquina. Ya sea por casualidad o por diseño, siempre me gustó este pequeño preámbulo de espera para ver los cuidados jardines y prados. Era como una larga y lenta presentación a una gran canción o a una película. Empezabas a vislumbrar exuberantes prados verdes y vallas blancas.

Mientras conducías, más cosas se presentaban ante tu vista: el lago, robles gigantes protegiendo la gran casa, casas de invitados, las vías del tren y la estación, estatuas, y lejos en la distancia, había más edificios y, por supuesto, el parque de atracciones y el zoo.

A pesar de haber subido por aquella colina quizás unas 250 veces, todavía sentía esa pequeña punzada de excitación cada vez. Habría sido imposible no sentirla.

Mientras ibas bajando por la última colina que llevaba hasta la ornamentada puerta, podías ver un enorme aparcamiento para autobuses y coches de los invitados. Esto formaba parte de la teatralidad de visitar Neverland. No podías ver todo el espectáculo de una vez, se entregaba por partes. 

Primero dejabas el coche y dabas un corto paseo hasta la puerta ornamentada. Al menos así la llamábamos, “La Puerta Ornamentada”.

Neverland no estaba realmente preparada para mucho tráfico, ya que los principales caminos son escasamente anchos para que pasen dos coches sin pisar la hierba. Además, muchos invitados (y Michael) conducían carritos de golf por el rancho, de modo que lo más seguro era mantener todos esos coches y autobuses en el aparcamiento.

A Michael le encantaban los preámbulos y el teatro, y éste empezaba con la llegada del invitado hasta esta puerta. Los invitados dejaban sus coches, eran saludados por un empleado uniformado del rancho y escoltados hasta un tren del parque de atracciones privado. Esta era una fabulosa manera para ellos de entrar al mundo de Michael.

Él sabía cómo contar una historia y cómo preparar el escenario, y todo empezaba en esa puerta.

No hubo un lugar en la tierra como Neverland, y nunca será lo mismo, porque su creador se ha ido. Pero siempre estará completamente vivo en mi memoria.

Extractos del Seminario "En el Estudio con Michael Jackson"
CRÉDITOS: MJWN, Mjhideout

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