Hasta se desmayaban ante la sola idea de tenerlo cerca.
- No se desmayan por ti, sino por mí – le dije en tono de broma ¿No los oyes gritar Frank! Frank!?
- Vamos, vamos – respondió, él siguiendo la broma - ¿Acaso no sabes quién soy yo?
Michael quería ir de compras, pero era a todas luces imposible salir a la calle sin ser acosado por la multitud. Amaba a los fans, pero era evidente que tampoco podía conectar con ellos a todas horas. Lo irónico era que todo aquel amor, aquel deseo de establecer contacto, sólo servía para aislarlo más aún. Esa era su realidad desde hacía tanto tiempo que ni siquiera parecía molesto por ello. Y yo seguí su ejemplo. Nos divertíamos tratando de burlar las restricciones. Por lo general se imponía un disfraz, pero no había gafas de sol en el mundo capaces de ocultar la identidad de Michael. En aquella ocasión, en Buenos Aires, mi hermano y yo nos vestimos como dos bichos raros, con sombreros extraños, gafas y mochilas. Michael, que no se quedaba atrás, se disfrazó de sacerdote confinado a una silla de ruedas.
En nuestra expedición de compras se enamoró inexplicablemente de una estatua de Napoleón y se enfrascó en una animada negociación con el tratante de arte para lograr un buen precio. Así como Michael era extravagante con sus compras, también es cierto que disfrutaba mucho con ellas. Verlo actuar en su papel de cura mientras compraba una estatua enorme por una cifra de 6 dígitos, bueno, la verdad es que yo gozaba con esas locuras desvergonzadas.
De regreso al hotel Eddie y yo tuvimos que dedicarnos a los deberes que nos enviaban. Nos habíamos comprometido a hacer las tareas encomendadas y después mandarlas al colegio.
Los profesores creían que teníamos un tutor, y de hecho, lo teníamos – pero manteníamos en secreto su identidad. Estábamos convencidos de que no habrían visto con buenos ojos que Michael Jackson fuera nuestro tutor itinerante.
Sin embargo, Michael había asumido un compromiso genuino con nuestras responsabilidades. Evidentemente carecíamos de un horario escolar establecido, a menudo teníamos las clases a medianoche, pero era Michael el que se sentaba con mi hermano y conmigo a hacer los deberes. Cuando teníamos que leer algún libro, nos leía capítulos en alto y luego nos hacía pensar en lo que habíamos oído con preguntas como:
- ¿Quiénes son los personajes principales? ¿Qué quieren? ¿Qué significa eso? De la misma forma en que nos abría la mente con las películas que nos ponía, también nos hacía reflexionar sobre nuestras tareas escolares de un modo distinto a lo que estábamos acostumbrados y a tomárnoslo muy en serio.
Además de los deberes, Michael insistía en que lleváramos un diario de nuestro viaje.
- Documenten este viaje, nos decía todo el tiempo – Algún día van a querer recordarlo.
En todos los países que visitábamos nos hacía sacar fotografías del lugar, realizar pequeñas investigaciones de los usos y costumbres y plasmar lo visto y experimentado en nuestros cuadernos. Exploramos diferentes culturas. Visitamos orfanatos y escuelas. Poco a poco Eddie y yo comenzamos a tener mayor conciencia de cuál era nuestro lugar en el ancho mundo.
Hasta que no pasó cierto tiempo de todo aquello, no fui plenamente consciente de lo mucho que tenía que agradecer a mis padres porque nos hubieses permitido vivir esa experiencia. Ellos sabían que una buena educación no consistía únicamente en la lectura, escritura y aritmética. Entendían que podíamos aprender viviendo de la vida.
Michael podía ser nuestro tutor, nuestra figura paterna, pero en el escenario era otra persona. Fuimos a todos los conciertos que dio en todas y cada una de las ciudades. A veces yo iba en pijama. Estaba en una fase en la que me gustaba ir en pijama a todas partes. Mientras Michael calentaba la voz, procesos que podía durar horas. Eddie y yo nos entreteníamos jugando videojuegos, veíamos dibujos animados (…)
Cuando llegaba la hora de salir al escenario, generalmente nos sentábamos en sendas sillas colocadas en un lateral y lo observábamos. A veces nos metíamos dentro y veíamos la función en una monitor, o charlábamos con Karen, su maquilladora, o con Michael Bush, el encargado de vestuario, pero la mayor parte de las veces, noche tras noche, veíamos la función sin perdernos detalle.
El show jamás languidecía.
Continuará…