Ahora continuamos con el Capítulo Nº 8, conociendo el origen de la ilusión antigravedad:
LOS ZAPATOS DE LA INCLINACIÓN
Hay un dicho en Hollywood: “Si trabajas demasiado deprisa, te quedas sin trabajo”. Pero Dennis y yo desafiábamos esa lógica porque trabajábamos contra reloj 30 horas seguidas si queríamos que las cosas se hicieran. Y parecía que cuanto más complicada y extraña era la petición de Michael, menos tiempo teníamos para sacarla adelante. “¿Cómo de lejos podemos llegar con esto?”, era a menudo su pregunta. Su mente, como el cielo, no conocía límites ni barreras. Las limitaciones, lo aprendí de él, o son autoimpuestas o proceden de la visión limitada de los demás.
Michael amaba El Mago de Oz por varias razones: su historia, su mensaje, y por el espíritu pionero de la película. Cuando el Hombre de Hojalata, originalmente interpretado por Buddy Ebsen y más tarde por Jack Haley, cantaba con todo su corazón sobre su vacuidad, el público se asombraba por su mágica habilidad para inclinarse hacia delante, a derecha y a izquierda sin caerse. Era un movimiento suave que Michael llevaría a otro nivel y lo haría suyo en el sentido más literal.
En el cortometraje de 1987, “Smooth Criminal”, Michael interpretó lo que se llamaría “el movimiento de inclinación”. Gracias a un poco de magia, fue capaz de inclinarse cuarenta y cinco grados adelante y volver hacia atrás. Cuando el director dijo “¡corten!”, el brillo en sus ojos podría haber cortado diamantes, tan encantado que estaba. Yo estaba en el plató y lo vi todo antes de que llegara a su tráiler alucinado: “Bush, ¿viste eso? ¡Caramba, eso me hirió!”.
Para Michael, ser “herido” era algo bueno; lo “máximo”. De ese modo, la suerte fue echada. Dennis y yo teníamos la responsabilidad de hacer ese movimiento pero en directo y, antes de comenzar, sabía que si alguien podía conseguir que Michael se inclinara en el escenario, sin los trucos utilizados en el cine, ese era Dennis.
Dennis raramente aparecía por el plató pero, afortunadamente, el día en que se rodó la inclinación sí estaba. Lo vio todo y le pareció como un patinador sobre hielo en el punto de partida. Pensó que debía haber una forma de atar una bota lo suficiente como para soportar un movimiento tan imposible como ese. Dennis me dijo que confiaba en poder conseguirlo. “El cómo es mi reto”, me confió.
Le llevó tres meses el desafío. Bocetando y revisando, el artista dejó paso al ingeniero hasta que surgió el inventor de dentro de Dennis. Las botas fueron diseñadas para anudarse en la espinilla, sujetando e inmovilizando el tobillo. El exterior tenía el aspecto de unos Florsheim normales. Debajo estaban todos los mecanismos. En el centro de los zapatos, planchas de acero encajaban con unos tornillos que salían del suelo. Esta creación le dio a Dennis completa confianza para llamar a Michael y decirle que se preparara para inclinarse por primera vez.
En una hora empaquetamos los zapatos junto con una plancha de madera usada como suelo en el que colocar los tornillos, y nos dirigimos a Record One, el estudio donde Michael había fijado su residencia mientras grababa.
Por culpa del tráfico de Los Ángeles, llegamos a las 7 de la tarde. Gran error. Cuando el recepcionista nos saludó, nos advirtió que Michael no bajaría hasta las 7.30 de sus cuarteles privados, cuando terminaran Los Simpsons. Dennis pilló un buen cabreo y con razón. Aunque, mirando en retrospectiva, no sé por qué nos sorprendíamos. Salir en plena hora punta y olvidarnos de que Los Simpsons eran sagrados.
Animado; sin duda por la diversión de la serie, Michael entró como un rayo en la recepción en donde Dennis y yo estábamos sentados inquietos.
“¿Qué tienen ahí?”, dijo mirando nuestra maleta mientras entraba en la habitación. Bien sabía lo que había allí pero tenía que asegurarse de que aquello pareciera más una presentación que una entrega.
“Cómo te gustaría inclinarte hoy?”, le pregunté. Dennis estaba parado silenciosa y estoicamente mientras sacaba los zapatos y ayudaba a Michael a ponérselos. Incluso aunque íbamos a hacer algo sin precedentes, Michael, caprichoso, protestaba: “Bush, esto no va a funcionar”, levantando las manos como un niño peleando con su padre mientras hace la tarea el domingo por la noche.
“Michael”, dije con mi voz más calmada, “estate quieto. Ya sé que no te gusta pero tienes que probártelos”.
“Tengo cosas que hacer”, continuó él. “Esto no va a funcionar”.
Dennis rompió su silencio con una nota de razón y cierto desafío: “Si no te los pruebas, Michael, nunca lo sabremos. Nunca has dudado de algo nuevo antes, así que, ¿por qué ahora?”.
Fue como si Dennis hubiera pronunciado la palabra mágica porque, como en un abracadabra, la actitud de Michael cambió en un chasquido. Fue uno de esos raros momentos en que necesitó recordar su propia creencia en la magia.
Las botas ya estaban ceñidas a sus tobillos, ni comparación con los Florsheims, y cuando pensamos que ya estaba calmado, nos preguntó de nuevo:
“¿Se supone que voy a bailar en esto?”
“Michael”, pidió Dennis, “ponte sobre esta tabla y cuando sientas que las botas están encajadas en los tornillos, levanta el pecho hasta el cielo, aprieta el abdomen e inclínate hacia Bush”.
Y eso es exactamente lo que hizo Michael. Hinchó su pecho como un pavo real, se puso tieso y con fe ciega se inclinó hacia delante y hacia atrás con un jadeo. A pesar de haberlo probado nosotros mismos, verle a él en acción nunca nos hartaba.
“¡No puedo creer que hicieron este trabajo!”. Michael nos abrazó y después dio un abrazo extra a Dennis palmeándole la espalda.
Dennis en respuesta le dijo: “Te dije que iba a funcionar, Michael. Lo hemos probado nosotros mismos durante una semana antes de venir aquí”.
Y yo tenía los moretones que lo probaban. Dos veces al día, cada día de la semana, hice el papel de Humpty Dumpty. Inclinarse hacia delante cuando tienes un 50% de posibilidades de romperte la nariz contra la pared, te destroza los nervios. Con los ojos abiertos, los párpados revoloteando y la cabeza moviéndose hacia atrás, me ponía tieso y hacía falsas entradas. “Haz como si estuvieras buceando”, me sugería Dennis, a lo que yo gritaba: “¡Pero no me gusta el agua!”.
Michael no era Humpty Dumpty. Estuvo jugando con esos zapatos al menos una hora antes de sorprendernos con un pensamiento ya decidido: Esto hay que patentarlo. Nos tomamos el deseo de hacer suyo el invento como un cumplido y durante dos meses realizamos dibujos y descripciones necesarias para cumplimentar la documentación y se la enviamos a los abogados de Michael, mientras tanto continuamos hacia el siguiente destino, Kansas, donde se realizó la primera inclinación en directo.
Yo tenía un agujero en el estómago, como siempre que íbamos a hacer algo en directo por primera vez. No importa las veces que practicáramos, sabía que no hay nada marcado a fuego, así que cuando Michael se dirigió hacia el perno en el escenario de Kansas City, el 23 de febrero de 1988, hice todo lo posible por no cerrar los ojos.
Michael era un maestro. Cantando y bailando bajo los focos, la banda en directo, los bailarines y decenas de miles de personas tratando de alcanzarle. Él estaba tan concentrado deslizando sus zapatos sobre los pernos. Y se inclinó. En directo. “Smooth Criminal” electrizó esa noche.
Michael salió del escenario, todavía tratando de coger aliento, y dijo: “Tienes que darle este par a Dennis”.
Dennis lanzó la bola y volvió a él en conmemoración. Recogí los zapatos de inclinación y puse los Florsheims detrás de Michael para el siguiente número. Como si la pregunta hubiera estado dando vueltas en su cabeza durante todo el concierto, salió del escenario después del final y me preguntó: “Tengo otro par de zapatos, ¿verdad?”.
Ese era Michael, antes de pensar en sí mismo, pensó en Dennis. Dándole crédito al inventor; dando crédito a quien es debido. Así era Michael, diciéndonos repetidamente: “Deben recibir crédito por su trabajo”.
Y Michael vivía guiado por sus palabras. Más de una década después del Bad Tour, Katie Couric, contó en su programa, Today, que había sido hecha pública una patente de los zapatos de la inclinación de Michael Jackson. Hasta entonces, los managers de Michael habían estado pagando una tasa de confidencialidad para evitar cosas así. Alguien se olvidó de pagar y fue hecho público. Le pregunté si se sentía mal por eso y me dijo que no.
“Solo quisiera saber por qué, Bush”, dijo. “Se supone que debía ser algo mágico. ¿Por qué lo han arruinado para todo el mundo?”.
“Michael, no lo sé”, fue lo mejor que pude decir.
Cuando la patente recorrió todo internet, Dennis y yo la buscamos y nos quedamos alucinados cuando leímos: “Método para crear la ilusión de antigravedad. Inventores: Michael J. Jackson, Michael L. Bush y Dennis Tompkins”. Todo ese tiempo Michael había compartido la patente con nosotros. Fue un momento extraordinario y nos confirmaba el crédito por nuestro trabajo cuando no lo esperábamos.
Continuará...