Por: ♥Anaitat♥Twittear
Pues que Michael Jackson lo era si admitimos; lo que por ello entiende Harold Bloom: esa capacidad de absorbernos a todos, de atraer nuestra atención que sólo consiguen las personalidades extraordinarias. ¿Qué lo hizo posible? El espíritu, por así decirlo, de una época dominada por la omnipresencia de la sonoridad, la tiranía de los medios de comunicación, el irrefrenable prurito del espectáculo, el ethos decadente de una cultura de masas.
Dentro de esos confines, floreció el genio de Jackson, hecho de extravagancia, canciones pegajosas, sorprendentes pasos de baile, y coreografías deslumbrantes, a menudo marcadas por una inclinación estética siniestra, como una paráfrasis del mal, como un ritual perpetrado en las sombras, en el espacio lúgubre de los cementerios, en la sordidez de lo marginal.
Dentro de esos confines, floreció el genio de Jackson, hecho de extravagancia, canciones pegajosas, sorprendentes pasos de baile, y coreografías deslumbrantes, a menudo marcadas por una inclinación estética siniestra, como una paráfrasis del mal, como un ritual perpetrado en las sombras, en el espacio lúgubre de los cementerios, en la sordidez de lo marginal.
Nació en Gary, Indiana, una ciudad ubicada en el sudeste del área metropolitana de Chicago, cuna de otras famas: el gran actor Karl Malden, Paul Samuelson, premio Nobel de economía… Su familia, modesta y numerosa. Su intriga vital la conoce el mundo: el padre abusivo; el descollante talento del niño, luminaria de los Jackson Five; su evolución como solista en plena adolescencia, el descomunal éxito de thriller (1982), la fortuna amasada por conciertos y venta de copias discográficas —750 millones a lo largo de su carrera—. Un lugar común: la creación de una imagen basada en el rechazo de su natural condición, eco de una sociedad democrática y al propio tiempo racista. Michael despigmenta progresivamente su piel, levanta sus pómulos, divide su mentón, afina su nariz; en fin, parodia los arquetipos de belleza occidental y andrógina. El esperpento que resulta de esa metamorfosis psicopática reúne, en su esbeltez, hombre y mujer, adulto y niño.
En un mundo regido por la ambigüedad y la apariencia, Jackson fascina con su espectáculo y confunde con su personaje; sus giros vertiginosos alelan al mundo que pasa por alto sus abusos sexuales, su acaso explicable pederastia, pues se trata de él, del rey del pop, del único, de la deidad mayor de la farándula, alimento de la masa vacua. La indulgencia colectiva encuentra su límite en el chantaje de los padres de los niños supuestamente agredidos, hipócritas que bien saben lo que se fragua en el Neverland de más de mil hectáreas, fantasía pueril del dios oscuro, evocadora del reino donde Peter Pan perpetra sus travesuras. Una utopía personal, a la medida de sus caudales.
¿Su inmenso Narciso, entre lo seductor y lo repelente, le hace creer en su impunidad? El genio se extravía en el espejismo de su grandeza. Como un Gilles de Reus de estas horas, se topa con el juicio que lo estigmatiza: la transgresión deviene en la feria de las humillaciones; su sexualidad decreta su ruina; sus caprichos atraen la bancarrota moral y financiera. Nada parece redimirlo, ni siquiera sus obras pías. USA for Africa se antoja, como otros gestos filantrópicos, una reparación de sus desvíos, un ademán humanitario desplegado a distancia, inmune al sufrimiento de los otros, los tullidos del mundo. Acaso abochornado por el acoso moralizante, se ausenta durante años. Además, la edad se le viene encima.
Quien lo tuvo todo, según los patrones convencionales de la dicha, muy poco puede gozar. La soltura que exigen sus movimientos, su deslumbrante moonwalk, lo obligan a inhumanas privaciones, a una mortífera anorexia: cuando fallece, aquel hombre que mide 1.78 sólo pesa cincuenta kilos. Jackson corrió la misma suerte de Elvis Presley y Jim Morrison, ídolos también de las multitudes frenéticas. Un vientre convertido en frasco de medicamentos.
Las sociedades, las épocas, transpiran sus genios, explican sus contornos, pero su explosión íntima, su sustancia, será siempre un enigma. Pensemos que el pop, el rhythm and blues, el hard rock, no aparecieron con Michael Jackson, ni las puestas en escena de las coreografías que ornamentaban su presencia arrebatadora, ni el frenesí de las masas.
El cauce de ese estilo sonoro fue abierto por otros; detrás de él están también el teatro musical, la contagiosa sensibilidad afroamericana, el poder expansivo de los medios de comunicación, la astucia de los vendedores; cercano a él, la opulencia jazzística de Quincy Jones. Pero Jackson aportó lo suyo: sus dones gestuales, la inverosímil energía, la originalidad de sus máscaras que exhiben y ocultan un personaje extrovertido y auténtico en el tablado cuando canta, baila, aúlla; engañoso y tímido en su ethos personal; lo que comunica es verdadero, emana de un cuerpo y un alma nacidos para desatar, a falta de felicidad, la euforia colectiva; pero envuelto en el remolino de los prejuicios se vació de sí mismo y al mundo le hizo creer lo que no era. Digo en presente lo que quedará: su verdad escénica; en pasado, lo que el tiempo habrá de olvidar: el anecdotario de sus imposturas; los hijos no llevan su sangre ni las mujeres fueron suyas. We’re children needing other children, canta Barbra Streisand en Funny Girl, ante un Omar Sharif pasmado por su encanto. El erotismo es un misterio y, a veces, una enternecedora fatalidad trágica.
El cauce de ese estilo sonoro fue abierto por otros; detrás de él están también el teatro musical, la contagiosa sensibilidad afroamericana, el poder expansivo de los medios de comunicación, la astucia de los vendedores; cercano a él, la opulencia jazzística de Quincy Jones. Pero Jackson aportó lo suyo: sus dones gestuales, la inverosímil energía, la originalidad de sus máscaras que exhiben y ocultan un personaje extrovertido y auténtico en el tablado cuando canta, baila, aúlla; engañoso y tímido en su ethos personal; lo que comunica es verdadero, emana de un cuerpo y un alma nacidos para desatar, a falta de felicidad, la euforia colectiva; pero envuelto en el remolino de los prejuicios se vació de sí mismo y al mundo le hizo creer lo que no era. Digo en presente lo que quedará: su verdad escénica; en pasado, lo que el tiempo habrá de olvidar: el anecdotario de sus imposturas; los hijos no llevan su sangre ni las mujeres fueron suyas. We’re children needing other children, canta Barbra Streisand en Funny Girl, ante un Omar Sharif pasmado por su encanto. El erotismo es un misterio y, a veces, una enternecedora fatalidad trágica.
El epílogo fue apoteósico, como sus apariciones. Ante su féretro de bronce bañado de oro, cubierto con un manto de rosas y de perdón, celebridades de la música estadounidense lo despidieron con ditirambos y canciones. Brillaron la “unidad familiar”, la elegancia, el sincero duelo de millones de seguidores y el fantasma de Chaplin cuya canción Smile fue la favorita del dios que se ha ido; canción de un clown perfecto: Smile though your heart is aching; canción que resume tal vez la vida de quien llevó como un fardo sus designios, mixtura de sonrisa y sufrimiento.
CRÉDITOS: NoticiasDeQueretaro
CRÉDITOS: NoticiasDeQueretaro
2 comentarios:
Todavía con lo de que renegaba de su raza y se despigmentaba la piel? Se demostró que era falso. Y aún con esa manía de que se operó tanto. Que no es así.
Y eso de que era mezcla entre hombre y mujer? Por favor
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OJO: Sólo respondo preguntas y comentarios con nombres; lo siento pero NO SOY PARTIDARIA de los ANÓNIMOS.
Si dejan insultos y sólo quieren camorra pierden su tiempo que no respondo a ignorantes.
Saludos fans Jacksoneros, se los quiere...y recuerden este espacio lo construyen ustedes día a día, yo sólo soy su anfitriona.