Por: ♥Anaitat♥Twittear
Joseph Vogel:
Su influencia hoy día demuestra que es uno de los más grandes creadores de todos los tiempos, pero el trabajo de Jackson –como el de muchos artistas negros- aún no consigue el completo respeto que merece.
Más de 3 años después de su prematura muerte, Michael Jackson continúa entreteniendo. El Circo del Sol, Michael Jackson Immortal World Tour está actualmente cruzando América del Norte de parte a parte, mientras que un reciente episodio de Glee hizo subir al show un 16% en los ratings de audiencia e hizo sus mayores ventas musicales de la temporada. Incluso el espectáculo del intermedio de la Super Bowl de Madonna fue escuchado atentamente en una tendencia iniciada primeramente por Michael Jackson.
Pero hay otra parte crucial del legado de Jackson que merece atención: su labor pionera como artista Afro-Americano trabajando en una industria todavía plagada de segregación, representaciones estereotípicas o ninguna representación.
Jackson nunca tuvo reparos acerca de sus aspiraciones. Quiso ser el mejor. Cuando su altamente exitoso álbum Off the Wall (en 1981 fue el álbum mejor vendido jamás por un artista negro) fue despreciado por los Grammy Awards, solo alentó a Jackson a decidirse a crear algo mejor. Su siguiente álbum, Thriller, se convirtió en el más vendido por ningún artista de cualquier raza en la historia de la industria musical. También estableció un record ganando siete premios Grammy, rompió las barreras del color en la radio y la televisión y redefinió las posibilidades de la música popular a una escala global.
Aún así, el escepticismo y la sospecha entre los críticos (predominantemente blancos) tan solo creció. “No le van a perdonar rápidamente por haber dado la vuelta a muchas mesas”, predijo James Baldwin en 1985, “porque se llevó la recompensa sin ninguna duda y el que saltó la banca de Montecarlo no tiene nada que hacer con Michael”.
Baldwin fue profético. Además de un aluvión de burlas referentes a su inteligencia, raza, sexualidad, apariencia y comportamiento incluso su éxito y ambición fueron usados por los críticos como evidencia de falta de seriedad artística. Las críticas describían frecuentemente su trabajo como “calculador”, “refinado” y “superficial”. Los críticos dirigentes del rock como Dave Marsh y Greil Marcus, desestimaron notoriamente a Jackson como el primer gran fenómeno de la música popular cuyo impacto era más comercial que cultural. Elvis Presley, los Beatles y Bruce Springsteen, proclamaban ellos, desafiaron y rediseñaron la sociedad. Jackson simplemente vendía discos y entretenía.
No hay que hacer mucho esfuerzo para escuchar el trasfondo racial en tal afirmación. Históricamente, este desprecio a los artistas negros (y a los estilos negros) como algo en cierta forma carente de sustancia, es profundo y significativo como vieja es América. Era común criticar los espirituales (en relación a los himnos tradicionales), el jazz en los 20 y los 30, el R&B en los 50 y 60, el funk y el disco en los 70 y el hip hop en los 80 y 90 (y todavía hoy). Los guardianes culturales no solo fracasaron inicialmente en reconocer la legitimidad de estos nuevos estilos y formas musicales, también tendieron a pasar por alto o a reducir los logros de los hombres y mujeres Afro-Americanos que marcaron nuevos caminos en ellos. El Rey del Jazz, para los críticos blancos, no era Louis Armstrong, era Paul Whiteman; el Rey del Swing no era Duke Ellington, era Benny Goodman; el Rey del Rock no era Chuck Berry o Little Richard, era Elvis Presley.
Dada esta historia de coronación blanca, merece la pena reflexionar por qué los medios se tomaron como un problema el referirse a Michael Jackson como el Rey del Pop. Desde luego sus logros le hacían merecedor de dicho título. Todavía hasta su muerte en 2009 muchos periodistas insistían en referirse a él como el “autoproclamado Rey del Pop”. Efectivamente, en 2003, Rolling Stone llegó tan lejos que re-asignó ridículamente el título a Justin Timberlake. (Para mantener el patrón histórico, el año pasado sin ir más lejos, la revista diseñó una fórmula para coronar a Eminem –por encima de Run DMC, Public Enemy, Tupac, Jay-Z o Kanye West- como el Rey del Hip Hop).
Jackson era bastante consciente de esta historia y luchó consistentemente contra ella. En 1979, Rolling Stone pasó de hacer una portada sobre el cantante diciendo que no creían que Jackson mereciera el status de una portada. “Me han dicho una y otra vez que la gente de color en las portadas no vende revistas”, dijo Jackson desesperado a sus confidentes. “Esperen y verán. Algún día esas revistas vendrán a rogarme una entrevista”.
Jackson por supuesto tenía razón (el editor de Rolling Stone, Jann Wenner, envió una carta auto-inculpatoria reconociendo el olvido en 1984). Y durante los años 80, al menos, la imagen de Jackson parecía omnipresente. Aunque a largo plazo, la preocupación inicial de Jackson parecía legítima. Como se muestra en la lista de abajo, sus apariciones en las portadas de Rolling Stone –la publicación más visible de Estados Unidos- son mucho más bajas que las de los artistas blancos:
John Lennon: 30
Mick Jagger: 29
Paul McCartney: 26
Bob Dylan: 22
Bono: 22
Bruce Springsteen: 22
Madonna: 20
Britney Spears: 13
Michael Jackson: 8 (dos de ellas después de su muerte; una junto a Paul McCartney también)
¿Es realmente posible que Michael Jackson, indiscutiblemente el artista más influyente del siglo veinte, mereciera menos de la mitad de portadas que Bono, Bruce Springsteen o Madonna?
Por supuesto, esta falta de atención no estaba limitada a las portadas de las revistas. Se extendía a todo el reino de la prensa escrita. En 2002, en un discurso en Harlem, Jackson no sólo protestó por su propio desprecio sino que también se pronunció sobre cómo encajaba en un linaje de artistas Afro-Americanos que luchaban por respeto:
"Todas las formas de música popular desde el jazz al hip-hop, desde el bebop al soul [vienen de la innovación negra]. Puedes hablar de diferentes bailes como el catwalk, el jitterbug, el charleston, el break dancing... todas esas son formas de baile negro... ¿Qué sería la vida sin una canción, sin un baile, sin alegría ni risa ni música? Esas cosas son muy importantes pero si van a la librería de la esquina, no verán una persona negra en las portadas. Verán a Elvis Presley, verán a Rolling Stones... Pero nosotros somos los verdaderos pioneros que empezaron esto (formas de bailar)."
Aunque fuera algo retórica su queja de que “no había ninguna persona negra en las portadas”, su amplio punto de vista de la gravemente desproporcionada representación impresa era incuestionablemente adecuado. Los libros de Elvis Presley solos exceden en número a los de Chuck Berry, Aretha Franklin, James Brown, Ray Charles, Marvin Gaye, Stevie Wonder y Michael Jackson juntos.
Cuando comencé mi libro, Man in the Music: The Creative Life and Work of Michael Jackson, en 2005, no había ni un libro serio enfocado en la producción creativa de Jackson. Ciertamente, en el Barnes and Noble más cercano solo pude encontrar dos libros sobre él, punto. Ambos trataban de los escándalos y controversias de su vida privada.
Parecía que de la única manera que en que Michael Jackson podía conseguir una portada era presentándolo como un loco, una curiosidad, un espectáculo. Incluso las críticas de sus discos, después de Thriller, se centraban en el sensacionalismo y eran abrumadoramente condescendientes, cuando no categóricamente hostiles.
Por supuesto, esta pobre cobertura no sólo era por la raza. Los prejuicios eran a menudo más sutiles, velados y codificados. Estaban envueltos en la totalidad de su otro yo y combinados con la invención de los medios “Wacko Jacko”. Además, como señaló astutamente Baldwin, no estaban completamente desligados de la aprensión hacia su riqueza y fama, de la ansiedad acerca de sus excentricidades y sexualidad, confusión sobre su cambio de apariencia, desprecio hacia su comportamiento infantil y miedos sobre su poder.
Pero la conclusión es esta: de alguna manera, en medio del circo que le rodeaba, Jackson logró dejar atrás uno de los catálogos más impresionantes de la historia de la música. Rara vez ha sido un artista tan hábil en la comunicación de la vitalidad y la vulnerabilidad de la condición humana: la alegría, la nostalgia, la desesperación y la trascendencia. De hecho, en el caso de Jackson, él literalmente encarnaba la música. Se carga a través de él como una corriente eléctrica. Él mediaba a través de todos los medios a su disposición -su voz, su cuerpo, sus bailes, los films, las palabras, la tecnología y las actuaciones. Su trabajo era una comunicación multi-media en una forma nunca antes experimentada.
Esta es la razón por la que muchos críticos tienden a juzgar su trabajo contra circunscritos estándares musicales euro-americanos; -a menudo blancos- y esto es un error. Jackson nunca encaja perfectamente en las categorías y desafió muchas de las expectativas de los entusiastas del rock/alternativo. Él estaba profundamente arraigado en la tradición afro-americana, que es crucial para entender su obra. Pero el sello distintivo de su arte es la fusión, la capacidad de fusionar estilos tan dispares, géneros y medios para crear algo totalmente nuevo.
Si los críticos simplemente ponen las letras de Jackson en una hoja de papel junto a las de Bob Dylan, entonces es probable que encuentren a Jackson al extremo final. No es que las letras de las canciones de Jackson no sean sustanciales (sólo en el álbum HIStory, se aborda el racismo, el materialismo, la fama, la corrupción, la distorsión de los medios, la destrucción del medio ambiente, el abuso y la alienación). Pero su grandeza está en su capacidad para aumentar sus palabras vocalmente, visualmente, físicamente y musicalmente, de modo que el conjunto es mayor que la suma de sus partes.
Escuchen, por ejemplo, sus vocalizaciones no verbales -los gritos, las exclamaciones, los gruñidos, los jadeos y la improvisación vernácula -en la que Jackson se comunica más allá de las restricciones del idioma. Escuchen su “beat boxing”; cómo estira o acentúa palabras; la forma en que su voz se mueve desde la aspereza a la suavidad hasta lo sublime; las apasionadas llamadas y respuestas; la forma en que se eleva con la misma naturalidad con coros góspel y guitarras eléctricas.
Escuchen sus virtuosos ritmos y ricas armonías; la matizada síncopa y su firma en los bajos; las capas de detalles y el archivo de sonidos inusuales. Ir más allá de los clásicos de siempre, y reproducir canciones como "Stranger in Moscow ", " I Can’t Help It", "Liberian Girl", "Who Is It" y "In The Back”. Tengan en cuenta el alcance del tema de que se trata, el espectro de los estados de ánimo y las texturas, la variedad asombrosa (y síntesis) de estilos. Sólo en el álbum Dangerous, Jackson se mueve desde el New Jack Swing a la música clásica, desde el hip hop hasta el góspel, del R&B a lo comercial, del funk al rock. Era una música sin fronteras ni barreras, y resonó en todo el mundo.
Sin embargo, no fue sino hasta la muerte de Jackson en 2009, que finalmente se comenzó a generar mayor respeto y aprecio por parte de los intelectuales. Es una de las extrañas costumbres de la humanidad, que sólo se aprecia de verdad el genio una vez que se ha ido. Sin embargo, a pesar del renovado interés, los desprecios fáciles y la disparidad en la cobertura en la prensa escrita se mantienen.
Como un competidor a la par que el legendario Muhammad Ali, Michael Jackson no estaría satisfecho. Su objetivo era demostrar que un artista negro podía hacer todo lo que un artista blanco podría (y más). Quería ir más allá de todo límite, ganar cada reconocimiento, romper todos los récords y alcanzar la inmortalidad artística ("Por eso, para escapar de la muerte", dijo, "yo ligo mi alma a mi trabajo"). El punto de su ambición no era el dinero ni la fama, sino el respeto.
Como proclamó valientemente en su éxito de 1991, "Black or White": "tuve que decirles que yo no soy segundo de nadie” (I had to tell them I ain’t second to none).
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