No era un trato habitual en el mundo de Michael y éste comenzó a verlo como un amigo. Michael no solicitaba la típica lista de servicio que solían pedir los famosos. Quería hablar con mi padre, conocerlo en persona. Mi padre nunca buscó esa clase de intimidad con los huéspedes VIP del hotel. Fue Michael quien inició la amistad y como es lógico, mi padre se sintió halagado, pero tampoco en exceso. La amistad creció y se consolidó en lo que iba a ser toda una vida de camaradería, lealtad y confianza.
Evidentemente conocer a Michael Jackson no fue gran cosa para mí, con mis 5 años. No tenía la menor idea de quién era, ni qué era Thriller, ni su famoso “paso lunar” ni quiénes eran los Jackson 5 y aunque me lo hubieran explicado, tampoco me habría importado demasiado. No me interesaba mucho la televisión, ni oía música a menudo, salvo la que mi padre solía poner en el coche. Era un niño común y corriente de Nueva Jersey, un niño que a veces usaba pajarita. Mi amigo Mark Delvechio y yo construíamos barricadas en la calle y disparábamos con pistolas de agua a los coches que pasaban. Me gustaba dar patadas a un balón de fútbol, jugar en el bosque, subirme a los árboles y ensuciarme. Me apasionaba estar al aire libre. Era feliz y libre.
Todo el que compartiera mis aficiones despertaba mis simpatías. No tenía prejuicios, tampoco era dado a juzgar a los demás. Michael era amigo de mi padre y muchos años mayor que yo, pero cuando se dirigía a mí, no lo hacía como los adultos se dirigen a los niños. Era un amigo que hablaba con otro amigo. Jugábamos muchos y esos cimientos infantiles fueron durante mucho tiempo la base de nuestra amistad.
A las dos o tres semanas de nuestro primer encuentro mi padre me llevó de nuevo al hotel para ver a Michael, esta vez fuimos con mi madre, que estaba embarazada y con mi hermano menor Eddie. Aquellas fueron las dos únicas ocasiones que estuve con Michael antes de la noche en que sonó el timbre de mi casa de Hawthorne, Nueva Jersey, cuando yo ya me había acostado. Hawthorne era un pueblo modesto y nuestra casa era pequeña. Mi hermano y yo compartíamos un dormitorio con dos camas individuales separadas por un tocador. Recuerdo, que acostado en la cama, me pregunté quién podía tocar el timbre en plena noche. Oí que abrían la puerta lateral y poco después aparecieron mis padres en la puerta de nuestro cuarto para despertarnos. Dos hombres los acompañaban: uno era Bill Bray y el otro Michael Jackson.
Una visita nocturna era un acontecimiento poco habitual en mi casa, y muy emocionante. Mi hermano y yo saltamos de la cama, los saludamos y salimos disparados a buscar nuestra colección de cromos de las muñecas Repollo y la Pandilla Basura para enseñárselas. Era un amigo que hablaba con otro amigo. Jugábamos muchos y esos cimientos fueron durante mucho tiempo la base de nuestra amistad.
Durante los años siguientes esa era la relación que teníamos con Michael. Cuando sonaba el timbre por la noche, Eddie y yo corríamos a abrazarlo o le enseñábamos algún juguete o truco nuevo que hubiéramos aprendido. Hablábamos todos a la vez y lo recibíamos como un pariente lejano recién llegado de un vuelo atrasado.
Yo nunca fui un dormilón. Muchas veces deambulaba por casa espiando a mis padres, deleitándome con los insondables misterios del mundo de los adultos. Pero de vez en cuando recuperaba las horas perdidas sucumbiendo al sueño más profundo. Probablemente fue una de esas noches, porque lo cierto es que no oí un timbre. Lo que me despertó fueron los ruidos de un chimpancé justo delante de mí. Supuse, con calma que de seguro estaba soñando con un chimpancé que saltaba en la cama de Eddie y también lo despertaba. Fue entonces cuando advertí la presencia de Michael y Bill Bray, mis padres y otro hombre que después supe que era Bob Dumn, el entrenador del chimpancé en nuestro pequeño cuarto. Ya eran más de las 12 de la noche y el chimpancé que en aquel entonces asustaba a Eddie era el legendario Bubbles, la mascota amada de Michael.
Michael fue convirtiéndose en una presencia familiar en mi vida y yo empecé a saber más cosas de él y su música. Poco después de conocerlo le dije a la señora Whise, mi maestra del jardín de la infancia:
- Yo sé tocar el piano, voy a tocar Thriller.
Comencé a aporrear las teclas convencido de que sabía tocar el piano (…)
Mis padres eran partidarios de vivir intensamente. Sus puertas estaban abiertas al mundo y a todo el que entraba en casa, encontraba calidez y consuelo. Así eran ellos Dominic Cascio, mi padre se crió en Italia vivía entre Palermo y Castelbuono, al pueblo al que me referí anteriormente (…)
Mis padres eran el Centro de su familia, por lo general siempre organizaban grandes comidas, La familia era para ellos una prioridad y así educaron a sus hijos.
No me extraña que Michael captó nuestros valores desde el principio. De entrada se sintió cómodo con mi padre y cuando nos conoció a los demás debió percibir que éramos esencialmente cariñosos, que no teníamos intereses ocultos ni más planes que vivir la vida y ser felices. Ésta es la mejor teoría que tengo para explicar del por qué Michael se enamoró de nuestra familia: porque nunca lo vimos como Michael Jackson, la superestrella, mis padres no nos educaron a pensar en la gente en esos términos. Reconocíamos y respetábamos el talento y éxito de Michael y las exigencias que tenía, de modos que nos adaptamos a sus horarios pocos convencionales y cedíamos en cuanto a logística, sin atender a nuestra necesidades o cómo lo veíamos en realidad. Lo que quiero decir, es que a pesar de ser Michael adulto, le gustaran la Pandilla basura y las historietas. El megaestrellato me traía sin cuidado, era eso lo que más me impactaba.
Continuará...
Créditos: Gracias Jackie por compartir el libro conmigo y los fans de Michael.