Continuamos con el Capítulo Nº 4:
REY DEL ESTILO: PERSIGUIENDO LA MAGIA
“Si coges una de mis chaquetas y la mezclas con otras cincuenta en la misma habitación, ¿cómo sabrías que es mía?” Esta vez Michael no llamó por teléfono para proponer su adivinanza del día. Era un día de 1988 e hizo esta simple pregunta, aunque cargada de intenciones, a Dennis y a mí mientras se asombraba del taller que habíamos construido en el sótano de nuestra casa. Era raro tener a Michael allí, ya que siempre nos reuníamos con él donde quiera que estuviera: el rancho, el estudio, en un decorado o en una gira. Pero creo que a Michael le gustaba ver de vez en cuando dónde se fabricaba nuestra contribución a su magia: una modesta habitación de estilo toscano.
Yo le llamo a la habitación “una desorganizada organización”. Una mezcla de telas y herramientas. Nueve máquinas de coser profesionales, una plancha de vapor, dos máquinas de tachonar y otra para colocar estrás repartidas por la habitación.
Dennis y yo pensábamos acerca de la preocupación de Michael de que su ropa no fuera lo suficientemente distintiva. Cualquier otro que anduviera con cubertería en su chaqueta podría asumir que la gente le reconocería. Pero ahora que conocíamos el modo de pensar de Michael, sabíamos que había una progresión en él. Nada podía permanecer igual durante mucho tiempo. Siempre necesitábamos añadir algo que pudiera resaltar y al mismo tiempo hacer a la gente preguntarse “¿Por qué?”.
Así que añadimos un brazalete en el brazo.
6 cm de ancho y 45 de largo, el color del brazalete siempre variaba. El mundo se detenía para ver de qué color y tela estaba hecha.
En 1995, Michael iba a escoltar a Elizabeth Taylor en su boda, que se celebró en el rancho Neverland.
Yo estaba cosiendo los Levi’s de Michael, porque era lo que quería ponerse para la boda. Cuando llegué al rancho la semana anterior a la boda de Liz con Larry Fortensky, Michael estaba en medio de una llamada.
“Elizabeth quiere hablar contigo”, dijo Michael pasándome el teléfono sin avisarme. No era la primera vez que lo hacía y sabía que no sería la última.
No había dicho todavía hola cuando ella me preguntó: “¿Qué se va a poner para mi boda?”. Raramente saludaba cuando hablaba con ella por teléfono y a lo largo de los años ya me había acostumbrado a sus preguntas juguetonas. Suponía que Michael sabía qué información estaba intentando sonsacarme Elizabeth, porque cuando le miré para orientarme un poco, estaba cortando el aire con sus brazos como tijeras y diciendo con gestos exagerados: “No se lo digas, no se lo digas”.
Elizabeth dijo: “Te está diciendo que no me lo digas, ¿verdad?”.
“Sí, Elizabeth”. Y después me pilló con la guardia baja.
“¿Va a llevar una espada a mi boda?”.
Ella sabía que cualquier cosa que llevara Michael iba a ser desmesurado. No me dejaba meter una palabra de canto y “Dile a ese pequeño bastardo que no lleve una espada a mi boda”.
Eran palabras que encajaban más con un marinero, pero ya me había acostumbrado a ese lenguaje de Elizabeth.
Cuando colgué el teléfono Michael estaba aliviado de que sus Levi’s permanecieran en secreto.
“Si ella sabe que voy a llevar Levi’s, querrá llevarlos también”, explicó Michael.
Así que hicimos una chaqueta estilo Renacimiento, año 1400, con una banda cruzada que hacía conjunto con los Levi’s. Pero Michael dejó la espada en casa.
Dennis y yo buscamos en los libros de historia para reproducir la chaqueta Renacimiento usando casi 15 metros de cordoncillo sobre terciopelo alemán y piedras de estrás. Tardamos menos de una semana en hacerla. Michael sabía que si nos concedía mucho tiempo, corríamos el riesgo de pensar demasiado. Él nos enseñó que el primer instinto siempre es el mejor.
LA LOTERÍA DE LAS LETRAS
El deseo de destacar de Michael iba acompañado de experiencia. Conocía el marketing, la narrativa y la representación mejor que nadie y todos esos talentos le decían que una vez que un misterio deja de ser misterio, la gente pierde el interés.
A principios de los 90 creamos algunas nuevas camisas para Michael. Después de enseñarle la primera, Michael dijo: “Es una buena camisa”. Pero después apuntó a su hombro y no dijo nada más. Sabía que significaba que hacía falta poner algo allí. Michael sugirió: “Pon una letra ahí”.
“¿Qué letra?”. Parecía una pregunta lógica en ese momento, pero debería haber visto llegar la críptica respuesta de Michael a distancia.
“No sé. Escoge una”.
Quería que escogiéramos una letra y la pusiéramos en el hombro de sus camisas. Fuimos a su estudio y cogimos una de los fedoras de Michael, pusimos dentro las 26 letras del alfabeto. Saqué una letra: C. Pero eso no parecía estar terminado, de modo que Dennis sacó la siguiente letra: T.
Hmmm… C-T. Aún no parecía estar bien. Sigue tu instinto. Así que saqué una letra más: E.
C-T-E
No significaba nada. Y eso estaba bien.
¡ESTÁ VIVA!
La imagen de “Billie Jean” y “Thriller” era intocable. Se habían convertido en algo tan icónico que los fans se habrían decepcionado si nos hubiéramos metido con ellas. De modo que el reto consistía en permanecer fieles a la silueta con una chaqueta que fuera indiscutiblemente “Thriller” y al mismo tiempo crear algo diferente de la primera versión.
“Bush, si mi chaqueta Thriller pudiera iluminarse, eso sería lo máximo”.
Así que Dennis y yo fuimos a su casa de Hayvenhurst, en Encino, donde Michael vivía en ese momento, para tomarle las medidas.
Era la primera chaqueta completa que hacíamos para él y necesitábamos tomar bien las medidas. Mientras pasaba la cinta métrica alrededor de Michael, me preguntó: “¿Estás seguro de que puedes hacer que esta chaqueta se ilumine?”.
“Vamos a conseguirlo”, le aseguré. No teníamos elección. Michael no comprendía la palabra “no”. Nos fuimos a casa con las medidas originales de Michael, con la chaqueta de Thriller hecha por Marc Laurent para sacar los patrones de ella y con nuestros corazones en la garganta.
Entramos corriendo a nuestro estudio y Dennis empezó a hacer bocetos inmediatamente. Trazó la V que subía hasta los hombros y se preguntó qué pasaría si la V se iluminaba. Con todas las luces del escenario encendidas y las luces negras de la V también, ¿cómo podría verse el rojo de la chaqueta? No se podía ver. El único modo de que destacara el rojo era consiguiendo que captara la luz, así que había que cubrirlo de abalorios.
Después de hacer el patrón, necesitábamos un molde, e hicimos uno en acrílico, de Lucite. Hicieron falta tres ingenieros para poner el cableado y que pudiera encenderse y una computadora para que funcionara por control remoto, porque de ninguna manera iba a ser Michael quien encendiera su chaqueta. Eso no sería magia.
Al final, la chaqueta pesó 7.7 kg e incluía iluminación ignífuga.
Cuando la terminamos, la llevamos a Pensacola, Florida, donde Michael estaba ensayando antes de la segunda parte de su Bad Tour en América. No se la probó en el camerino, así que la primera vez que la vimos funcionar fue en el escenario, en mitad de la actuación. El director de efectos especiales puso en marcha el control remoto y Michael permaneció quieto con sus brazos sobre su cabeza mientras se iluminaba. “Hurt me!” (¡Hazme sufrir!), exclamó, lo que en su lenguaje quería decir que estaba eufórico.
Durante el segundo ensayo consecutivo de ese día, Michael quiso ver una vista completa de la chaqueta iluminada, de modo que colocamos un espejo frente al escenario. Viendo el espectáculo del modo en que lo vería el público dio lugar a otro asalto de “hurt me, hurt me!”, acompañados de puñetazos al aire por parte de Michael. Para él, esta era la chaqueta definitiva de su vida.
Continuará…
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